Más alla de las implicaciones geopolíticas mayores y más acá de las modificaciones menores de la vida cotidiana, la expansión del coronavirus COVID-19, está generando el progresivo colpaso de uno de los paradigmas de estos nuestros tiempos post- modernos: la movilidad.
Pues «la movilidad» es una de las claves conceptuales del presente social y del futuro histórico. Una movilidad casi siempre de carácter horizontal, en la que el paradigma subsume desde la adaptabilidad personal y continua a los movimientos informativos generados por los medios de comunicación y las redes sociales , hasta la aceptación de una globalización absoluta de bienes , personas y servicios. Sin obviar, por supuesto, una educación cada vez mas mediada internacional y electrónicamente, y una tipología general básica laboral que exige una serie de actualizaciones sin fin.
En este sentido, la expansión del coronavirus COVID-19 ataca de frente este paradigma, deteniendo cualquier tipo de movilidad , personal, educativa, profesional, ( …deportiva ) y sugiere un confinamiento inmediato de mayor o menor duración por mucho que se insista en su baja letalidad final.
Aun así , no es posible concebir una utilización social aleatoria de este virus. Pues algunos precedentes indican lo contrario. Tal fue el caso del VIH , que facilitó el exterminio de un buen número de «indeseables » , así como la reconversión general de las conductas sexuales a partir de los años ochenta del siglo XX ; o el de la gripe A (H1N1) , que desvió la atención de la crisis financiera mundial del 2008.
Por lo tanto, y sin despreciar las cuestiones higiénico- sanitarias, habría que hacerse la pregunta de siempre: Cui prodest? .O sea, ¿ a quién beneficia? Por ejemplo …¿A quién ha beneficiado ya la suspensión del Mobile World Congress Barcelona 2020?
En medio de un ambiente tan cargado por la amenaza de una pandemia que acaso oculta una endémica y solapada guerra comercial , y entre los corchetes de milenarismos resucitados y dimisiones no hace mucho impensables, consuela y mucho tener la oportunidad de ver Zazie Dans Le Métro, del director francés Louis Malle ,filmada en 1960.
Esta impagable oportunidad hay que agradecérsela al ciclo sobre
«Cine y Ciudad» que, presentado por el siempre excelente Eneko
Lorente, ha organizado el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro
en su sede de Bilbao (1).
Y consuela porque la divertida historia de Zazie , una traviesa y respondona niña que llega a París para pasar un tiempo con su tío Gabriel y cuya única obsesión es hacer un viaje en metro, es una hábil excusa para hacer una ácida crítica de la sociedad francesa de los años sesenta, y constituye una apuesta formal innovadora y disruptiva.
Pues más allá de mostrar las derivas hacia un futuro de ciudades colapsadas ,dependientes de los transportes, o la transformación de los viajeros reposados en turistas frenéticos, la combinación de registros tan diferentes como el cine cómico, los documentales de largos planos -secuencia , los picados y contrapicados expresionistas o los juegos de cámara surrealistas, permiten una resolución agil y a la vez contundente, convirtiendo el film en un clásico.
Y la prueba más clara de ello es que, sesenta años después , Zazie Dans Le Métro continúa moviendo a la sonrisa y a la reflexión, dos manifestaciones ciertamente ausentes hogaño en nuestros lares, entre tanta supuesta y gritona severidad casi siempre abducida de irracionalismo…
En medio de un ambiente tan cargado por la amenaza de una pandemia que acaso oculta una endémica y solapada guerra comercial , y entre los corchetes de milenarismos resucitados y dimisiones no hace mucho impensables, consuela y mucho tener la oportunidad de ver Zazie Dans Le Métro, del director francés Louis Malle ,filmada en 1960.
Esta impagable oportunidad hay que agradecérsela al ciclo sobre
«Cine y Ciudad» que, presentado por el siempre excelente Eneko
Lorente, ha organizado el Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro
en su sede de Bilbao (1).
Y consuela porque la divertida historia de Zazie , una traviesa y malhablada niña que llega a París para pasar un tiempo con su tío Gabriel y cuya única obsesión es hacer un viaje en metro, es una hábil excusa para hacer una ácida crítica de la sociedad francesa de los años sesenta, y constituye una apuesta formal innovadora y disruptiva.
Pues más allá de mostrar las derivas hacia un futuro de ciudades colapsadas ,dependientes de los transportes, o la transformación de los viajeros reposados en turistas frenéticos, la combinación de registros tan diferentes como el cine cómico, los documentales de largos planos -secuencia , los picados y contrapicados expresionistas o los juegos de cámara surrealistas, permiten una resolución agil y a la vez contundente, convirtiendo el film en un clásico.
Y la prueba más clara de ello es que, sesenta años después , Zazie Dans Le Métro continúa moviendo a la sonrisa y a la reflexión, dos manifestaciones ciertamente ausentes hogaño en nuestros lares, entre tanta supuesta y gritona severidad casi siempre abducida de irracionalismo…
«Hoy no me siento muy católico» es una frase que oía de vez en
cuando a mis mayores durante la infancia. Se utilizaba siempre en
sentido negativo – jamás escuché «hoy me siento muy católico » – y
para indicar que quien la decía no andaba en aquella ocasión muy bien de
lo que fuera.
He recordado esta identificación de «lo católico» con lo bueno, lo
positivo – más allá de su significado etimológico como «universal» (
Corominas dixit) – ,tras echar un vistazo al libro La estirpe del camaleón,
de Julio Gil Pecharromán .En esta obra se intenta llevar a cabo una
historia de la derecha política en España – que no solo española – y
concluye su autor afirmando que el rasgo característico de esta
tendencia ideológica ha sido su adhesión a la defensa de la «nación
católica», entendiendo por tal la plasmación política institucional de
los principios morales de la Iglesia Católica. Como estrambote, se
añade que lo que en otros lugares se ha mostrado como conservadurismo
liberal tan solo ha constituido, en este caso, un conjunto de breves,
casi brevísimos, episodios de su devenir.
Lo más curioso de esta larga y documentada reflexión es que
contrasta y mucho con la menor aceptación manifiesta de la Iglesia
Católica en la actualidad.Y no ya tanto porque algunos de sus recursos
orgánicos básicos, como la cobertura de los ritos de nacimiento y
matrimonio, y acaso cada vez más de los morturorios, estén cayendo
en desuso, o porque su moral circule ahora democráticamente como una
opción más, sino también porque, como se ha podido comprobar
recientemente, las aportaciones de la ciudadanía al mantenimiento de la
Iglesia Católica a través del IRPF, han disminuído notablemente en
algunos lugares de la piel de toro.
En este sentido es muy singular el caso de las anteriormente muy
católicas Provincias Vascongadas – las del «Dios, Patria , Rey» y el
«Jaungoikoa eta Lagizarrak» – en las que las contribuciones han caído
globalmente. Y particularmente en Gipuzkoa ,donde tan sólo el 17, 2%
de los contribuyentes ha señalado la casilla correspondiente,
recaudandose 330.904 euros menos.
Es posible que este último dato se deba a la deriva del obispo José
Ignacio Munilla, un prelado no aceptado, incluso rechazado por amplios
sectores de la Iglesia guipuzcoana, y que además ha incurrido en los
últimos tiempos en algunas especulaciones de carácter inmobiliario, en
principio harto impropias de su institución.( 1)
Visto lo visto, haría bien el obispado de Bizkaia en no seguir esta
vía especulativa y renunciar de una vez por todas a su proyecto de
construir un gigantesco edificio de ocho plantas y cuatro sótanos en
la parcela que actualmente ocupa la Escuela de Magisterio- BAM en el
barrio bilbaino de Abando , un proyecto que ha sido denunciado ante los
tribunales y ante la opinión pública como una gran pelotazo
inmobiliario…(2)Pues las consecuencias podrían ser similares y lo que
se obtendría por la puerta grande se podría escapar por las ventanas
pequeñas.
En cualquier caso, y por otro lado , el hecho constatado de que una
gran parte de lo recaudado a través de estas aportaciones a la Iglesia
Católica se destine al mantenimiento de una cadena de televisión (3)
de corte totalmente reaccionario ynacional-católico, no hace sino
ratificar la tesis de Gil Pecharromán , de forma y manera que se
repite la fórmula a pesar de que los tiempos, incluso eclesiales, están
indicando un cambio de tendencia.
Quizá sea, por lo tanto, el momento de que todos los implicados se
pongan a «hablar en cristiano», otra expresión muy escuchada también en
mi infancia y que acaso cobre de nuevo una singular vigencia porque a
lo peor «no estamos muy católicos»…
«Hoy no me siento muy católico» es una frase que oía de vez en cuando a mis mayores durante la infancia. Se utilizaba siempre en sentido negativo – jamás escuché «hoy me siento muy católico » – y para indicar que quien la decía no andaba en aquella ocasión muy bien de lo que fuera.
He recordado esta identificación de «lo católico» con lo bueno, lo positivo – más allá de su significado etimológico como «universal» ( Corominas dixit) – ,tras echar un vistazo al libro La estirpe del camaleón, de Julio Gil Pecharromán .En esta obra se intenta llevar a cabo una historia de la derecha política en España – que no solo española – y concluye su autor afirmando que el rasgo característico de esta tendencia ideológica ha sido su adhesión a la defensa de la «nación católica», entendiendo por tal la plasmación política institucional de los principios morales de la Iglesia Católica. Como estrambote, se añade que lo que en otros lugares se ha mostrado como conservadurismo liberal tan solo ha constituido, en este caso, un conjunto de breves, casi brevísimos, episodios de su devenir.
Lo más curioso de esta larga y documentada reflexión es que contrasta y mucho con la menor aceptación manifiesta de la Iglesia Católica en la actualidad.Y no ya tanto porque algunos de sus recursos orgánicos básicos, como la cobertura de los ritos de nacimiento y matrimonio, y acaso cada vez más de los morturorios, estén cayendo en desuso, o porque su moral circule ahora democráticamente como una opción más, sino también porque, como se ha podido comprobar recientemente, las aportaciones de la ciudadanía al mantenimiento de la Iglesia Católica a través del IRPF, han disminuído notablemente en algunos lugares de la piel de toro.
En este sentido es muy singular el caso de las anteriormente muy católicas Provincias Vascongadas – las del «Dios, Patria , Rey» y el «Jaungoikoa eta Lagizarrak» – en las que las contribuciones han caído globalmente. Y particularmente en Gipuzkoa ,donde tan sólo el 17, 2% de los contribuyentes ha señalado la casilla correspondiente, recaudandose 330.904 euros menos.
Es posible que este último dato se deba a la deriva del obispo José Ignacio Munilla, un prelado no aceptado, incluso rechazado por amplios sectores de la Iglesia guipuzcoana, y que además ha incurrido en los últimos tiempos en algunas especulaciones de carácter inmobiliario, en principio harto impropias de su institución.( 1)
Visto lo visto, haría bien el obispado de Bizkaia en no seguir esta vía especulativa y renunciar de una vez por todas a su proyecto de construir un gigantesco edificio de ocho plantas y cuatro sótanos en la parcela que actualmente ocupa la Escuela de Magisterio- BAM en el barrio bilbaino de Abando , un proyecto que ha sido denunciado ante los tribunales y ante la opinión pública como un gran pelotazo inmobiliario…(2)Pues las consecuencias podrían ser similares y lo que se obtendría por la puerta grande se podría escapar por las ventanas pequeñas.
En cualquier caso, y por otro lado , el hecho constatado de que una gran parte de lo recaudado a través de estas aportaciones a la Iglesia Católica se destine al mantenimiento de una cadena de televisión (3) de corte totalmente reaccionario y nacional-católico, no hace sino ratificar la tesis de Gil Pecharromán , de forma y manera que se repite la fórmula a pesar de que los tiempos, incluso eclesiales, están indicando un cambio de tendencia.
Quizá sea, por lo tanto, el momento de que todos los implicados se pongan a «hablar en cristiano», otra expresión muy escuchada también en mi infancia y que acaso cobre de nuevo una singular vigencia porque a lo peor «no estamos muy católicos»…
«Buenas tardes.No va a ocurrir nada, pero vamos a esperar un momento a que venga la autoridad militar competente para disponer lo que tenga que ser y lo que él mismo diga a todos nosotros. Esténse tranquilos , no sé si esto será cuestión de un cuarto de hora, veinte minutos, media hora , me imagino que no más tiempo. Y la autoridad que hay competente, militar por supuesto, será la que determine qué es lo que va a ocurrir. Por supuesto que no pasará nada, así que esténse ustedes tranquilos…»(1)
De todos los recuerdos de aquel 23 de febrero de 1981 que me vienen a
la memoria son estas frases de retorcida sintaxis y reiterado
contenido las que conservan todavía mayor vigencia. Pues en su
anacoluto en torno a la «autoridad competente, militar , por supuesto»,
se resume la insuficiencia verbal de quien las decía y la de quienes
en un silencio sobrecogido las escuchaban frente a la soberbia
suficiencia de las armas que mientras tanto se exhibían.
Aquello fue un intento de golpe de Estado de los de verdad, y un
escalofrío recorrió toda la médula espinal de la oposición al
franquismo, recientemente legalizada. Muchos, yo mismo, previendo una
involución inminente, destruímos cualquier tipo de material
comprometedor y, por supuesto, no dormimos en nuestros domicilios
habituales : a la mañana siguiente, «restablecido el orden
constitucional», supimos que ya se habían elaborado rápidamente
«listas» de refractarios al nuevo orden que se pretendía imponer.
Un intento de golpe de Estado que pretendió restaurar un régimen conservador , confesional y centralista , como lo consiguió el general Pavía en 1874 y el generalísimo Franco a partir de 1939 y que quedó militarmente en nada salvo las duras condenas iniciales para el propio Tejero, el teniente general Jaime Milans del Bosch que había sacado en Valencia los tanques a la calle por su cuenta, y para el general de división Alfonso Armada, artífice intelectual de una conspiración en la que las ramificaciones políticas quedaron sepultadas para siempre.
Un golpe de Estado de los de verdad, insisto, algo de lo que deberían tomar nota algunos políticos de hogaño que utilizan esta expresión banalmente, no se sabe si por desfase generacional, por una incultura general básica o por esa carrera hacia el tremendismo que tan a menudo les informa…
«No va a ocurrir nada, pero vamos a esperar un momento a que venga la autoridad militar competente para disponer lo que tenga que ser y lo que él mismo diga a todos nosotros. Esténse tranquilos , no sé si esto será cuestión de un cuarto de hora, veinte minutos, media hora , me imagino que no más tiempo. Y la autoridad que hay competente, militar por supuesto, será la que determine qué es lo que va a ocurrir. Por supuesto que no pasará nada, así que esténse ustedes tranquilos…»(1)
De todos los recuerdos de aquel 23 de febrero de 1981 que me vienen a la memoria son estas frases de retorcida sintaxis y reiterado contenido las que conservan todavía mayor vigencia. Pues en su anacoluto en torno a la «autoridad competente, militar , por supuesto», se resume la insuficiencia verbal de quien las decía y la de quienes en un silencio sobrecogido las escuchaban frente a la soberbia suficiencia de las armas que mientras tanto se exhibían.
Aquello fue un intento de golpe de Estado de los de verdad, y un escalofrío recorrió toda la médula espinal de la oposición al franquismo, recientemente legalizada. Muchos, yo mismo, previendo una involución inminente, destruímos cualquier tipo de material comprometedor y, por supuesto, no dormimos en nuestros domicilios habituales : a la mañana siguiente, «restablecido el orden constitucional», supimos que ya se habían elaborado rápidamente «listas» de refractarios al nuevo orden que se pretendía imponer.
Un intento de golpe de Estado que pretendió restaurar un régimen conservador , confesional y centralista , como lo consiguió el general Pavía en 1874 y el generalísimo Franco a partir de 1939 y que quedó militarmente en nada salvo las duras condenas iniciales para el propio Tejero, el teniente general Jaime Milans del Bosch que había sacado en Valencia los tanques a la calle por su cuenta, y para el general de división Alfonso Armada, artífice intelectual de una conspiración en la que las ramificaciones políticas quedaron sepultadas para siempre.
Un golpe de Estado de los de verdad, insisto, algo de lo que deberían tomar nota algunos políticos de hogaño que utilizan esta expresión no se sabe si por desfase generacional, por una incultura general básica o por esa carrera hacia el tremendismo que tan a menudo les informa. ..
Quizá la cuestión de la identidad nacional habría que abordarla en estas primeras décadas del siglo XXI desde una nueva perspectiva, simplemente testimonial, y narrada por relatada.
Pues desde la política,lugar al parecer natural de su asentamiento, ya ni siquiera se tienen en cuenta las tristes y terribles experiencias del siglo XX, y más bien se plantea como si todavía viviésemos en el XIX.
Buena prueba de ello son las argumentaciones jacobinas que postulan la Nación como concepto-máquina igualadora, haciendo surgir de ella necesariamente un Estado. Una opción reiterada por los de aquí y los de allá desde multicolores banderas diversas ,y sancionada paradójicamente desde el conservadurismo foral hasta el post-maoísmo recalcitrante , concediendo a lo interno diferente la categoría de estructura ausente. (1)
O aquellas otras derivas de tono historicista, tan caras – en ambos dos sentidos- a tirios y troyanos, que distinguen entre legitimaciones identitarias verdaderas o inventadas, como ha ocurrido recientemente en el siempre modélico caso de Navarra, en el que las interpretaciones cruzadas coinciden al cabo en la disputa documental, por mucho que ya, por ejemplo, un pariente lejano dejara claro hace más de cien años lo mucho que había de leyenda en la Historia (2).
Y acaso sea que, de tantas vueltas intelectuales que se dan para intentar ordenar sentimientos muy básicos, anclados en vivencias y sufrimientos comunes, no se terminan de dar las condiciones para su mera y simple aceptación, y de ahí surge el cansancio y el hastío…
…Pero a lo mejor, y a lo peor, en ese cansancio y en ese hastío, y no tanto en el ansia de un nuevo Estado o en la búsqueda de una nueva legitimidad, resida ese sentimiento identitario… “Aquellos cansancios que unen” que decía el tan denostado y tan poco leído reciente Premio Nobel de Literatura Peter Handke…
Quizá la cuestión de la identidad nacional habría que abordarla en estas primeras décadas del siglo XXI desde una nueva perspectiva, simplemente testimonial, y narrada por relatada.
Pues desde la política,lugar al parecer natural de su asentamiento, ya ni siquiera se tienen en cuenta las tristes y terribles experiencias del siglo XX, y más bien se plantea como si todavía viviésemos en el XIX.
Buena prueba de ello son las argumentaciones jacobinas que postulan la Nación como concepto-máquina igualadora, haciendo surgir de ella necesariamente un Estado. Una opción reiterada por los de aquí y los de allá desde multicolores banderas diversas ,y sancionada paradójicamente desde el conservadurismo foral hasta el post-maoísmo, concediendo a lo interno diferente la categoría de estructura ausente. (1)
O aquellas otras derivas de tono historicista, tan caras – en ambos dos sentidos- a tirios y troyanos, que distinguen entre legitimaciones identitarias verdaderas o inventadas, como ha ocurrido recientemente en el siempre modélico caso de Navarra, en el que las interpretaciones cruzadas coinciden al cabo en la disputa documental, por mucho que ya, por ejemplo, un pariente lejano dejara claro hace más de cien años lo mucho que había de leyenda en la Historia (2).
Y acaso sea que, de tantas vueltas intelectuales que se dan para intentar ordenar sentimientos muy básicos, anclados en vivencias y sufrimientos comunes, no se terminan de dar las condiciones para su mera y simple aceptación, y de ahí surge el cansancio y el hastío…
…Pero a lo mejor, y a lo peor, en ese cansancio y en ese hastío, y no tanto en el ansia de un nuevo Estado o en la búsqueda de una nueva legitimidad, resida ese sentimiento identitario… “Aquellos cansancios que unen” que decía el tan denostado y tan poco leído reciente Premio Nobel de Literatura Peter Handke…
En medio de los últimos torbellinos trágicos, políticos y ecológicos, se presentó ayer en la librería Louise Michel de Bilbao , el número 3 de Touroum Bouroum, revista literaria semestral editada en Bayona y comandada por Marisa Gutiérrez Cabriada y Lucien Etxezaharreta, que se publica en euskera, castellano y francés.
Este número acoge un homenaje al poeta Javier Aguirre Gandarias, recientemente fallecido.
Como quiera que no he tenido la oportunidad de hacerlo directamente, me sumo ahora a su gratísimo recuerdo con estas líneas publicadas hace ya unos años:
«Javier es un hombre dulce y acogedor. Y también poeta de larga duración. Pero ya quisieran muchos poetas tener la voz que él tiene , que no desmerece en nada de lo que escribe, como ocurre con tantos otros en los que se cumple aquello de “ know the poem , but not the poet” y es mejor que no nos reciten sus versos.
De larga duración es también nuestra relación, desde los tiempos en los que en el bar El Tilo del Arenal bilbaíno nos juntábamos con Txema Larrea, Luigi Anselmi, Jesús Etxezarraga, Mikel Agirreazkuenaga, Andolin Eguzkitza y otros tantos más, formando parte de lo que uno de ellos ( Jon Juaristi, beharbada) había denominado Vinogrado, probablemente por lo mucho que bebíamos ( todavía nos creíamos aquello del «sapias, vina liques»). Todos más o menos vascos (euskadunak gehienetan) y más o menos varones y mayormente mal esfoliados.
En medio de aquellas tertulias, que tenían su prolongación en La Concordia o en el JK,- si se iba a la grande- y por las que pasaron espíritus de tan diversa condición como una rama islámica sufi y una variante chamánica, Javier no perdía nunca la sonrisa, siempre muy seguro de lo que hacía y de lo que quería hacer, manifestando esa vocación que le ha permitido ir publicando libro tras libro, año tras año.
Javier, además, ha conseguido fidelizar a un conjunto de lectores singulares, desbaratando las teorías del “campo literario” de Pierre Bourdieu y sus discípulos, o , mejor, haciendo saltar por los aires su legitimidad como campo “único”, abriendo paso a un “micro-campo literario” propio, sin convertirse en un pretencioso y arrogante “poeta de culto”.
Y todo esto se lo digo, poco a poco, entre sorbos de un fresco y seco txakolí , en esta terraza del Restaurante el Puerto de Plentzia, mientras él cabecea y niega débilmente con la cabeza.