TIEMPOS POST-ELECTORALES ( o ¿ hacer la cuenta de la vieja?)

Ya se han llevado a cabo las elecciones donde contra viento y marea se habían convocado. La ciudadanía ha hablado , quedando muda en su mitad – algo sobre lo que también se debería reflexionar.

La gran y , posiblemente, única ventaja de haberlas cumplimentado ,puede ser la de tener la oportunidad de ensayar por adelantado en los territorios implicados una alternativa a la crisis generada por la pandemia del COVID-19.

Así, y si no hay vueltas atrás que colapsen la dinámica tímidamente iniciada, será la hora de «hacer las cuentas al revés» en terminología del historiador económico Joaquín Estefanía Moreira: es decir «primero determinar qué Estado de Bienestar se quiere, y luego con qué ingresos financiarlo».

Si a esta operación se la denomina «hacer las cuentas al revés», es porque habitualmente, primero se ubican los ingresos previstos, como si no hubiera ocurrido nada – pero como sí ha ocurrido resultan más bajos – y después se dilucida su reparto, sin asumir que la diferencia entre hacerlo así o a la inversa es la que a su vez distingue a la Política de la Gestión. Pues la Gestión gestiona lo que hay – ¡ esto es lo que hay!- y la Política tiene un proyecto de futuro para lo que puede haber.

De la inclinación de los nuevos gobiernos hacia la Política o hacia la Gestión dependerá su verdadera catadura moral, poniendo de manifiesto la efectiva ideología que se ocultaba tras sus proclamas electorales.

¿ Habrá, pues, alguien que se atreva a rescatar el que ha sido el profundo sentido de La Política desde Aristóteles sin sucumbir a la mediocridad bovina y autocomplaciente de la cuenta de la vieja ?

TIEMPOS ELECTORALES ( o ¿para qué correr tanto?)

«Los que ejercen la autoridad intentan justificar su dominio sobre las instituciones vinculándolo, como si fuera una consecuencia inevitable, con los símbolos morales en que generalmente se cree, con los emblemas sagrados, con las fórmulas legales»

Este párrafo, tomado de La imaginación sociológica del norteaméricano Charles Wright Mills, está escrito a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, en plena guerra fría entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética y durante un periodo de expansión económica y de lucha social por el reconocimiento de los derechos de los afroamericanos.

Aún así, a pesar de la distancia temporal, el mensaje de fondo de estas palabras puede ser motivo de reflexión, y tanto más cuando, a pesar de la pandemia del COVID-19 que ha puesto casi todo patas arriba, hay una pretensión generalizada de volver lo más rápidamente posible a la normalidad anterior.

Una normalidad de reconstrucción de una nueva guerra fría, en esta ocasión entre Estados Unidos de América y la República Popular China – ante la que la Unión Europea permanecía, por cierto, en silencio a la expectativa-; una normalidad de supuesta recuperación económica tras la crisis de 2008 con un nuevo boom inmobiliario y turístico, sin tener en cuenta el calentamiento global; y , por fin, una renovación de la lucha de algunos colectivos claramente desfavorecidos, como es el caso de las mujeres ( y sobre todo trabajadoras).

De que hay algo de extraño e inadecuado en este deseo (político) inmoderado de volver a aquella normalidad desbaratada por la expansión del virus, es una buena muestra la denominación de «Nueva Normalidad» con que se ha bautizado el momento histórico al que se aspira alcanzar cuanto antes.

Y mientras tanto, y en medio de todo tipo de precipitaciones sanitarias, sociales,laborales, económicas , deportivas y culturales ,quienes ejercen la autoridad, por supuesto legítimamente, no cesan de justificar sus acciones y sus omisiones institucionales como naturalmente vinculadas a un supuesto sentido común que, como se sabe ,es el menos común de los sentidos…No hay más que constatar el uso aleatorio de las mascarillas, a pesar de las infumables llamadas a la «responsabilidad individual».

¿Será acaso que las propuestas de solidaridad atemperada, de discusión sosegada, de tiempo, en fin , para meditar sobre las consecuencias de esta crisis, chocan de frente con la necesidad de aprovechar la plusvalía política generada en la gestión de la pandemia, en vez de nutrir, también económicamente al modo keynesiano, la espera? ¿ Para qué, en fin, correr tanto?

SINFERMÍN (1978)

Pamplona, 8 de julio de 1978

Se viene repitiendo una y otra vez que los sanfermines se han suspendido por primera vez desde la Guerra Civil del 36, a causa de la pandemia del COVID-19.

Pero lo cierto es que no es así, pues ya se suspendieron en 1978 a raíz de los tristes episodios que se sucedieron el 8 de julio tras la irrupción de la Policía Armada en la plaza de toros de Pamplona a la orden del comandante Fernando Ávila y con el comisario Miguel Rubio al frente , pistola en mano.

El resultado fue una tarde de duros enfrentamientos que ocasionaron muchos heridos de bala y la muerte de Germán Rodríguez, de un tiro en la frente.Este hecho brutal y definitivo ocasionó la suspensión de los sanfermines, en medio de graves enfrentamientos en otros lugares donde también hubo muertos por las FOP, como Joseba Barandiarán.

Algunos han interpretado estos hechos como uno de los sucesivos peajes para acceder a la Democracia legitimada por la Constitución que por entonces se estaba elaborando y que fue aprobada meses más tarde.

Conviene recordar estos acontecimientos, para muchos y muchas ya lejanos, no sólo porque sus responsables salieron impunes – Rodolfo Martín Villa , ministro del interior, dijo por entonces: «Al fin y al cabo lo nuestro serán errores, pero lo otro son crímenes»- sino porque como dijo Nietzsche en su célebre obra Verdad y mentira en sentido extramoral, una mentira repetida una y otra vez acaba por parecer verdad…

TIEMPOS ELECTORALES ( y opciones de salida…)

El catedrático del MIT Daron Acemoglu comentaba en un escrito reciente que ante la crisis global generada por la pandemia del COVID- 19, se abrían cuatro opciones.

La primera es continuar como si nada hubiera ocurrido intentando volver a la normalidad anterior , a pesar de que se la denomine pomposamente «Nueva normalidad». Se incluirían aquí manifestaciones varias como la insistencia en retomar un modelo económico basado en el consumo desaforado, el turismo y la especulación inmobiliaria, sin alterar los vínculos laborales precarios, y , por supuesto, sin fortalecer «el papel del saber experto y de la ciencia en la toma de decisiones».

La segunda es recurrir al autoritarismo estatal de corte hobbesiano, tomando como referencia el modelo chino, supuestamente el más eficiente en momentos de crisis como la que se ha padecido, sin preocuparse de «la pérdida de privacidad y la vigilancia, y permitiendo un mayor control de las empresas privadas», así como generando instancias paralelas de poder policiaco-político.

La tercera opción es el abandono progresivo de las competencias estatales en manos de las compañías tecnológicas que, como Appel y Google, ya han mostrado su disponibilidad para rastrear a la ciudadanía en su actividad cotidiana, añadiendo a esta «servidumbre digital», la mediación en la actividad económica través del teletrabajo, y finalmente «presionando a favor de un ingreso básico universal, escuelas privadas con subsidios públicos y la expansión del gobierno digital».

Finalmente, la cuarta opción es la apuesta por un a modo de «Estado de bienestar 3.0» que renueve el surgido tras la Segunda Guerra Mundial y que se deterioró en los años ochenta con las políticas neoliberales privatizadoras. Esta opción implica «una red de seguridad social más fuerte , mejor coordinación, unas regulaciones más inteligentes, una gobernanza más eficaz, así como una mejora significativa del sistema sanitario público», todo lo cual implicará un aumento del gasto así como una provisión de liquidez que «en algún momento también deberá incluir un aumento de la tributación».

Es cierto que puede haber otras opciones, incluso algunas mixtas, pero también lo es que todas las apuntadas serán más fáciles de experimentarse en una comunidad política de menores dimensiones ya que al cabo, y aún con sus limitaciones, operan como pequeños Estados.

Así que sería ilustrativo que las fuerzas políticas, más allá de sus entusiasmos y alharacas tan puntuales como electorales, se posicionaran con un mínimo de claridad sobre las mentadas opciones…

IZQUIERDAS ,DERECHAS ( y «Capitalismo de la vigilancia»)

Puede ser, sin duda, cierto ( y como ha comentado un viejo amigo) que en política sería mejor atenerse más a los hechos y menos a las palabras. Se trata de una receta antigua que, al menos en términos de Ciencia Social, ni demasiado teórica ni demasiado empírica, ya formuló G. Wright Mills, en su La imaginación sociológica.

Pues las palabras, y sobre todo las que tienden a resumirse en sí mismas con toda la carga semántica acumulada a lo largo de mucho tiempo, acaban por perder el referente y sirven tan sólo – y no es poco- para sustituir a las hachas más o menos pulimentadas: no hay más que pensar en términos como «izquierda», «derecha», «pueblo», «casta» y otras similares.

Pero que al cabo se coincida en un consenso entre diferentes y aún opuestos para llevar a cabo determinadas acciones, no quiere decir que no subsistan las convicciones o los puntos de vista, anclados en muchas ocasiones en lo irracional , pero operantes como ideologías y/o utopías, en célebre clasificación de otro sociólogo definitivo, Karl Mannheim, precisamente en su obra Ideología y Utopía.

Y en este sentido, y teniendo en cuenta los ajustes políticos tan necesarios en una democracia – por tan imposibles en cualquier dictadura confesa o solapada- no sería muy de recibo tomar el rábano por las hojas y hacer de un cesto cien, o sea, que junto con el consenso político se supusiera también una anuencia casi cósmica.

Más bien , se trataría de lo contrario, es decir, de llegar a acuerdos políticos – y mejor si son de contenido social, dadas las circunstancias – pero sin renunciar y aun manteniendo el debate global por encima de la contienda electoral.

Mantener el debate, por ejemplo, para intentar caracterizar este nuevo «capitalismo de la vigilancia« que ha desmantelado el sueño original de Internet como fuerza liberadora , que ha aprovechado la pandemia para echarse para adelante y que tiene toda la pinta de que ha venido para quedarse…