Cuenta Josep Pla en su siempre magnífico El Cuaderno Gris, que un colega de Palafrugell le comentó en una ocasión que, como no tenía dinero para comprar libros, se dedicaba a escuchar a la gente en los cafés durante todas las tardes. Y que tenía, además, un sistema de escucha muy refinado , una combinación de cabeceos sistemáticos, leves asentimientos, guiños y fórmulas rituales del tipo «Por favor, ¿podría repetir esto último? Es que me ha parecido muy interesante pero creo que no lo he entendido muy bien».
Y ciertamente, el arte de la escucha, más allá de su dimensión recreativa, es muy antiguo.Ya se manifestó en el procedimiento mayéutico tan caro a los primeros filósofos griegos, con su subsistema de preguntas y respuestas – no muy ajeno en realidad, contra lo que pueda parecer, al método del koan del mundo zen. Se expandió por medio del sacramento de la confesión cristiana añadiéndole una connotación de secretismo y tomó mayor cuerpo en la modernidad con el psicoanálisis freudiano, en el que ya la escucha se ubicó desde una atención latente para implicar mínimamente al terapeuta y ser efectivo en la dimensión catártica del hablar de lo innombrable.
Hoy en día, sin embargo, la escucha parece ser algo periclitado, sustituida mayormente por esos monólogos interminables , centrípetos y en ocasiones rayanos en lo cabalístico que se establecen a través de las redes sociales. Y para escuchar, para practicar la escucha, para recuperarla ,parece necesario recuperar también sus lugares, desde la cocina doméstica hasta el paseo urbano, pasando por la librería y , como no puede ser menos, por el bar y el café, aquel lugar del que el amigo de Pla había hecho su terreno propio … y propicio…