Conversación tras la Catedral

 

 

(Para que A. tenga algo con lo que sonreír una mañana de estas)

Kepa (Pedrito para los amigos de la infancia), antiguo invasor de países y señoras, está ahora sentado frente a mí en una silla de ruedas. En la última media maratón se le torció la rodilla izquierda y al dolor físico (inexpresable) se la ha sumado un dolor moral muy expresado e irredento: “Pero si yo sólo quería bajar un par de décimas…”. “A tu edad no deberías pensar en mejorar tu record sino en mantenerlo”, tercia la Trini, última y definitiva de sus conquistas.

Tenía Kepa un arma perfecta para  hacer efectivos sus despliegues estratégicos y era el humor, algo que  por entonces traía de calle a las chicas de nuestra generación (no sé si a las de  hoy en día también) sin importar mucho lo guapo o lo macizo que se estuviera (no hay más que ver a Clint Eastwood en sus películas de los setenta. Sus bromas y comentarios eran antológicos e incluso tenía un registro rayano en el humor negro sólo participable en el colectivo masculino, y secreto para el femenino pues podía constituir un fracaso en el aprovechamiento del éxito (en términos militares). Como aquella vez que nos contó que, en despertándose súbitamente  en medio de la noche, estuvo cerca de un cuarto de hora intentando poner un nombre a la sujeta cuyo pecho tenía sujeto en la mano sin sujetador. Aquellos eran otros tiempos, tiempos de La función del orgasmo  de Wilhelm Reich y de las Técnicas sexuales modernas de Robert Street.

Tiempos en los que,   en clase de gimnasia, se corría  en  pantalón corto azul y bambas y no como en estos tiempos en los que ya es difícil distinguir  a un corredor ( runner ) de un  hombre-rana  con pinganillo ,miembro de algún cuerpo especial a punto de invadir…una playa.

Kepa apura su café – está muy bueno este del Negresco en la Plaza Nueva – y se repantiga en su fabulosa (  lo digo por los botones  de colores) silla de ruedas. Para mí que está pensando en presentarse a los Juegos Paralímpicos.

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