Hay quienes piensan que han dejado de creer en algún dios de sus padres o de sus abuelos y que , consecuentemente, se han liberado de todo vínculo religioso y además para siempre. Pero luego pueden aguantar colas kilométricas y extenuantes para entrar en un concierto o para ver una exposición , partirse las tibias por un equipo de futbol o tener más restricciones a la hora de comer que un monje medieval en plena Cuaresma.
Un mero observador diría que han huído de guatemala para exilarse en guatepeor y , simplemente, se reiría. Un sociólogo podría demostrar que la fe- ese creer en lo que no se ve- es consustancial al carácter grupal del ser humano, pues sin ella la especie no habría sobrevivido. Un comendiante jugaría delante del escenario subiendo y bajando diosecillos polícromos y refulgentes y el crítico correspondiente nos recordaría ese régimen de «deus ex maquina» a que estamos sometidos. Un dramaturgo nos recordaría en un profundo monólogo, pero con algo de sorna que » los muertos que vos matáis , gozan de muy buena salud». Un filósofo por fin, con voz grave, enunciaría que por mucho que se despeje el sendero de la sabiduría, siempre habrá un «deus absconditus» preparado para saltar sobre nosotros en la primera curva del camino …
Y entonces, habría que pensar si merece la pena desvestir a tantos santos para vestir otros tantos más…O si resulta inevitable porque es lo que nos ha tocado y basta con no hacer mucho el ridículo…
El humorista donostiarra Álvaro de la Iglesia, aquél de La Codorniz, decía: Fe es creer en «lo que no se verá»