Nada hay más perverso y a la vez más estúpido que la utilización torticera de las palabras, pues se les hace decir lo que no dicen volviéndolas inútiles para dar cuenta análoga de la realidad y absolutamente ineficaces para cualquier tipo de acción.
Así ocurre,por ejemplo, con la palabra «fascismo», hoy en boca de cualquiera que quiera mostrar su rápido desasosiego ante una situación represiva.
La perversión, en este caso, está precisamente en su falta de matiz, pues como bien han demostrado los estudios históricos sobre los fascismos realmente existentes, el fascismo es una de las formas de autoritarismo que se caracteriza más por ser proactivo que represivo . O sea, que más bien el fascismo estimula que reprime, obligando a decir y a hacer lo que no se quiere.
El matiz es importante, muy importante. Pues como dejó claro el filósofo Michel Foucault, en nuestras sociedades occidentales, sobreviven manifestaciones de fascismo sordo y latente que fundamentalmente operan con preguntas-trampa supuestamente abiertas cuya respuesta deber ser única y a poder ser conmemorativa, salvo que se desee caer en el ostracismo.
Por todo ello, para quien desea ir eliminando poco a poco estas manifestaciones de fascismo resiliente y apueste de verdad por la libertad de acción y opinión, no queda otra salida que la distorsión , única manera de poner en evidencia las preguntas-trampa y sus respuestas programadas…y sutilmente obligatorias.