Yo tenía doce años y el abuelo había dado por terminada la partida de brisca y había bajado a la huerta. Así que me quedé solo en aquella gran sala viendo la televisión. Estaban poniendo «Por tierra , mar y aire», un programa sobre las fuerzas armadas que puenteaba con «Rin-tin-tín», el espacio que yo esperaba.De pronto la emisión se interrumpió y apareció la foto de un joven nervudo, de barbas, muerto sobre una camilla , tapado con una sábana blanca hasta los hombros, en una habitación muy blanca. «El guerrillero Ernesto Che Guevara ha sido abatido…» dijo el locutor.
Años después oí hablar de nuevo sobre el » Che» mientras discutíamos en un grupo clandestino el Vasconia de Federico Krutwig. Me enteré entonces de que había sido durante un tiempo la mano derecha de los Castro en Cuba, que había ejercido como Ministro de Economía sin mucho éxito y que, al final, había vuelto a Suramerica para intentar implantar una revolución socialista por medio de la guerrilla. Alguien me recomendó Los diarios del Che y, como siempre he tenido debilidad por ese tipo de escritura autodiegética, los leí, sin que me parecieran nada del otro mundo.
Posteriormente, vi en muchas casas posters del «Che» colgados de las paredes, y luego también, pins y camisetas, en todas las ocasiones con la misma imagen tuneada y tan expresiva en la que sobresalen su mirada encendida, su barba y cabello largo y su boina con la estrella de cinco puntas.
Hoy que se cumplen cincuenta años de su muerte, no puedo dejar de recordarle con cierta nostalgia, y no porque me parezca buena su opción político-militar, tan condicionada objetivamente por la guerra fría y el reparto del mundo entre las super-potencias, sino como icono de una rebeldía tan difusa como romántica…Y por supuesto sin olvidar aquello que en su momento dijo Leonardo Sciascia en su dietario Negro sobre negro: » Las revueltas se hacen con barba, las revoluciones no necesariamente…»
La frase final es como para un affiche.
Gracias, Vicente.