Por aquello de darme un respiro entre el seguimiento de la catarsis institucional ante los delincuentes juveniles de aquí y de la epopeya catalana de allá, he estado releyendo algunos capítulos de la Autobiografía de un monje zen de Taisen Deshimaru .
En uno de ellos cuenta cómo , cuando tenía apenas veintitrés años, le fue concertado su matrimonio con una hija del general Narishima. La anécdota, perdida entre otros curiosos episodios que aparecen en esta obra – ¿ se imaginaba alguien, por cierto, a este maestro zen de ejecutivo de la Mitsubishi? – no daría para más si no fuera porque ocurrió en 1938 , o sea, en los albores de la Segunda Guerra Mundial.
Sabido es que la costumbre de los matrimonios concertados se ha mantenido hasta hace poco – y en muchos casos aún se mantiene – en muchos lugares del planeta. Sólo en Occidente, en un sentido amplio, es decir, en Europa y Estados Unidos de América, parece haber remitido este hábito social en otros tiempos también tan arraigado. Se podría decir que en Occidente existe, incluso, hasta una cierta repugnancia ideológica ante el matrimonio concertado , considerándolo una imposición atentatoria contra los derechos individuales. De hecho frente a esta forma impositiva de relación social se exhiben las banderas del amor romántico y el azar social.
Sin embargo, más allá de la luminosa vocinglería bien adobada por lo que un amigo denomina » películas de vestiditos», una mirada atenta descubre un mundo de sombras. En efecto , haya o no matrimonio – que , a veces, ya es mucho haber – la mayor parte de las relaciones aparecen muy equilibradas socialmente: las gentes tienden de hecho, quizás inconscientemente, a buscar sus parejas, homosexuales o heterosexuales, entre los y las de su misma condición. El amor y el azar se manifiestan así muy clasificados ( en esto acertó y mucho el Pierre Bourdieu de La distinción. Hay, por supuesto – y esto donde la movilidad social lo permite – aproximaciones interclasistas pero, por lo general, son poco duraderas o sucumben en medio de una gran crisis en la que la frase más oída es aquella de » ¡Éramos de mundos muy distintos! «.
Así que aunque en Occidente no haya matrimonios concertados sí que hay parejas concertadas, lo cual pone en evidencia que lo que se continúa persiguiendo es una homologación cultural, económica y social.
Pero , entre tanto, todavía persiste el mito de la Cenicienta, el mito del desclasamiento por amor, fiel complemento de la pareja concertada.Y buena muestra de ello era aquella película titulada Pretty Woman.
Lo curioso del caso es que los que tenemos nietecitas comprobamos un día sí y otro también que en los cuentos para niñas las princesas, príncipes, leñadores de bosque y demás siguen pululando como en los viejos tiempos. ¡Haga la prueba don Vicente!