ETA ( y las peras del olmo)

En un suplemento cultural que leo semanalmente con mucha atención, se comentaba hace unas semanas el último libro de Bernardo Atxaga en su edición de castellano y titulado Casas y tumbas ( Etxeak eta hilobiak en su edición original, Pamiela, 2019). La recensión finalizaba con las siguientes palabras: «En Casas y tumbas no se encuentra ni una brizna del dolor colectivo que exorcizó Fernando Aramburu en Patria. Atxaga ha compuesto una novela ideológica en la que toma partido a favor del olvido y la desmemoria».

Por otro lado, en un reciente homenaje al arquitecto Julián de Larrea Basterra, que durante la época franquista diseñó buena parte de los edificios del ensanche bilbaino y participó en la construcción de los nuevos barrios obreros de la periferia, más allá del cumplido repaso profesional que realizó el historiador del arte Javier González de Durana, se mencionó su traslado a Madrid en 1980 ante las exigencias del pago del llamado «impuesto revolucionario» por parte de ETA.

Asimismo,tras el vuelco de la plantilla electoral ocasionado en el seno del Partido Popular del País Vasco por la defenestración de Alfonso Alonso, su sucesor designado, Carlos Iturgaiz, ha hecho un claro llamamiento al reagrupamiento ( incluyendo a VOX )de quienes nada quieren saber de paños calientes con el nacionalismo y los «herederos de ETA».

Desde luego, no resulta difícil admitir que la acciones de ETA, sobre todo cuando estuvo liderada por sus dirigentes más militaristas, quebraron muchas vidas y muchas familias , y también muchos futuros profesionales, ocasionando una diáspora dramática en la mayoría de los casos.

Pero sí resulta un tanto incomprensible que diez años después del cese definitivo de su actividad armada, se pretenda una y otra vez un regreso al pasado como si fuera un regreso al futuro, tildando a quienes no acepten jugar con esas cartas de desmemoriados.

O, mucho peor, de ideologizados, pretendiendo quienes así los mentan representar La Verdad, como si esta pudiera ser una y única al modo de una trasnochada concepción metafísica, y no construída socialmente como ya nos hicieron ver, por ejemplo, los sociólogos Maurice Halbwachs o Peter L. Berger y Thomas Luckmann.

Pues no se pueden pedir peras al olmo, salvo en un retruécano poético – como hiciera Octavio Paz- y si se quieren pedir hay que escuchar todas las voces y no sólo las propias e interesadas, interesadas políticamente, por supuesto.

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