Cuentan los historiadores apócrifos de la Ciudad de Pamplona que, en queriendo honrar a San Francisco Javier, contrataron a un escultor para que hiciera la talla correspondiente y colocarla luego en una plaza bajo su advocación. Lista que estuvo la escultura y bien tapada, munícipes y ciudadanía presentes , se procedió a su solemne inauguración apareciendo un a modo de frailecillo acompañado de un cariñoso lobo: había sido confundido el de Javier con el de Asís. Pero santos como eran ambos dos, se dejó pasar el sucedido y todavía hoy puede verse la consecuencia.
Y es que era este, el de Javier, más allá de santo muy viril por lo piloso fulgurante en sus frecuentes reproducciones, algo guipuchi por sus afinidades con su compañero de armas y oraciones Ignacio de Loyola, el cual le convenció para ingresar en su Compañía e ir allende los mares a intentar cambiar el breve haiku por el largo romance, muriendo en el intento.
Fue ayer la celebración de este Santo, pero ya diluida civilmente en el Dia de Navarra y en el Euskeraren Eguna. El de Navarra estuvo atravesado por la mediata discusión del Convenio que a algunos iletrados se les ha ocurrido sacar a colación; y también por la más inmediata murga en relación a la concesión de la Medalla de Oro del viejo Reyno a Arturo Campión y a otros miembros de la intelectualidad navarra del novecientos, por su colaboración necesaria en el diseño del escudo de Navarra ( echo en falta al discrepante Ambrosio Huici que dejó claro que los navarros llegaron tarde y obligados a la batalla, y que no había cadenas, ni tienda de Miramamolín. Excusaron su ausencia tirios y troyanos, casi todos haciendo de su capa ignorante un sayo pretendidamente político.
Otro sí y por encima y en relación a todo lo anterior se concelebró el Euskeraren Eguna que debería unir y no dividir, pues desde Etxepare , agramontés y pro-castellano hasta Irigaray pasando por el mentado y tradicionalista Campión, lo más maravilloso de esta lengua ha sido , como dijo Koldo Mitxelena, su supervivencia.
En fin, un día de un tres-en-uno en el que cada quisque pudo quedarse con lo que quiso y, de paso, hacerse a gusto su guiso. En mi caso, me quedé dormido casi toda la tarde en el sofá recordando, tras los txakolis dominicales de rigor, aquellos versos no sé si muy premonitorios:
Bascoac oroc preciatzen
Heuscara ez iaquin harren
Oroc iccassiren dute
Oray cer den heuscara…