Quizá la cuestión de la identidad nacional habría que abordarla en estas primeras décadas del siglo XXI desde una nueva perspectiva, simplemente testimonial, y narrada por relatada.
Pues desde la política,lugar al parecer natural de su asentamiento, ya ni siquiera se tienen en cuenta las tristes y terribles experiencias del siglo XX, y más bien se plantea como si todavía viviésemos en el XIX.
Buena prueba de ello son las argumentaciones jacobinas que postulan la Nación como concepto-máquina igualadora, haciendo surgir de ella necesariamente un Estado. Una opción reiterada por los de aquí y los de allá desde multicolores banderas diversas ,y sancionada paradójicamente desde el conservadurismo foral hasta el post-maoísmo, concediendo a lo interno diferente la categoría de estructura ausente. (1)
O aquellas otras derivas de tono historicista, tan caras – en ambos dos sentidos- a tirios y troyanos, que distinguen entre legitimaciones identitarias verdaderas o inventadas, como ha ocurrido recientemente en el siempre modélico caso de Navarra, en el que las interpretaciones cruzadas coinciden al cabo en la disputa documental, por mucho que ya, por ejemplo, un pariente lejano dejara claro hace más de cien años lo mucho que había de leyenda en la Historia (2).
Y acaso sea que, de tantas vueltas intelectuales que se dan para intentar ordenar sentimientos muy básicos, anclados en vivencias y sufrimientos comunes, no se terminan de dar las condiciones para su mera y simple aceptación, y de ahí surge el cansancio y el hastío…
…Pero a lo mejor, y a lo peor, en ese cansancio y en ese hastío, y no tanto en el ansia de un nuevo Estado o en la búsqueda de una nueva legitimidad, resida ese sentimiento identitario… “Aquellos cansancios que unen” que decía el tan denostado y tan poco leído reciente Premio Nobel de Literatura Peter Handke…
(1) Ramón Villares,2006 «Galicia é nación porque creou unha cultura»
(2) Ambrosio Huici,2011. Estudio sobre la campaña de las Navas de Tolosa,Pamplona: Ed. Pamiela.