
El siempre lúcido Joaquín Estefanía Moreira iniciaba una de sus columnas dominicales recientes haciéndose eco de cómo «el oficio de economista se extravió porque sus componentes, como grupo, confundieron la belleza vestida con unas matemáticas de aspecto impresionante, con la verdad».
Estefanía es un periodista e historiador de la economía de largo recorrido, del que se conocen sus libros –La larga marcha: medio siglo de política (económica) entre la historia y la memoria, ya un clásico- y también su periodo como director de «El País» en otros tiempos no necesariamente mejores. Pero también fue, a finales de los setenta del siglo pasado, el factotum editorial de la revista de ciencias sociales «EL CÁRABO» en la que quien esto suscribe participó junto con gentes de lo más variopintas como el actual columnista de ABC y ex-trotskista Jon Juaristi o el proactivo adalid de la tertulia de Federico Jiménez Losantos y post-maoísta, Gabriel Albiac.
Estefanía no se encaminó hacia estos predios de la derecha más o menos civilizada , sino que siempre se ha mantenido en una posición crítica, desde su atalaya de una socialdemocracia general básica. Y quizá por ello sus reflexiones siempre son novedosas en la medida en que apuntan a una nueva vuelta de tuerca, como en el caso que le ocupa en la mentada columna.
Porque si ha habido algo que haya desconcertado más al personal, y no ya sólo al ilustrado, en los últimos años ha sido la comprobación de que los altos representantes de esta profesión dorada y adorada , a pesar de sus muchas y fisnas teorizaciones, de sus elocuentes planes a corto y largo plazo, de sus exquisitas disquisiciones entre lo microeconómico y lo macroeconómico, no hubieran sido capaces de atisbar en el horizonte la crisis financiera del 2008, como en un dechado de humor anglosajón lo proclamaba el famoso video de The last Laugh.
Y, lo peor de lo peor, que su incapacidad se hubiera debido a haber sido seducidos por sí mismos , sucumbiendo al paradigma tecnocrático de lo científico como lo cuantificable matemáticamente, ignorando todas las prevenciones de Max Weber y suponiendo al cabo que los seres humanos – y su economía – se podían regir por leyes inalterables como los cometas o los electrones ( y de esto último ahora también habría mucho que hablar.
Es de esperar que las palabras de Joaquín Estefanía Moreira detengan por un momento la marea de torpeza de todos esos programadores económicos guays, que confunden sus deseos con la realidad…