En medio de un verano en el que he andado de aquí para allá, un tanto como Jacques Tati en su Les vacances de M.Hulot, al decir de mis circunstantes, he recalado en la Versilia, en la Toscana italiana.
El objetivo estratégico de este movimiento de nuestro pequeño – pequeñísimo- cuerpo de ejército era y es el deslumbramiento colectivo familiar ante la alegre policromía de las ya famosas Cinque Terre.
Any way , la inmediatez táctica apuntaba a mi reconciliación con aquel Viareggio en el que, como San Pablo, caí del caballo j-c-m-l mientras estudiaba la lengua del Dante, en una de esas iluminaciones que se manifiestan de pronto, probablemente tras un largo proceso inconsciente.
De las Cinque Terre que miran al mar de Liguria, hablaré otro día, pues por ahora el mayor descubrimiento ha sido, están siendo, las bellísimas montañas de los Alpes Apuanos, esos Apeninos que se levantan desde detrás de las playas ya muy domesticadas de la Versilia.
Y hacia aquellas montañas, hacia Castelnuovo di Garfagnana , fuimos ayer, subiendo una larga carretera que haría las delicias del ciclismo todavía no infartado. Y , como casi siempre suele ocurrir cuando se tira de la intuición , resultó que llegamos en pleno ferragosto, el día que se celebraba el quinientos aniversario de la toma de posesión de Ludovico Ariosto ,el conocido autor de «Orlando Furioso» como delegado local del Duca di Ferrara.
Y no hizo falta leer los paneles informativos de La Rocca, la residencia de Ariosto, para saber que el célebre vate pulió hasta la obsesión una nueva versión del «Orlando» para combatir el pesado hartazgo del desempeño de un cargo que tuvo que aceptar a regañadientes ,arruinado como estaba.
Así que cuando al atardecer, oliendo a tormenta eléctrica, volvíamos hacia Pietrasanta, yo me quedé pensando en cuantas obras, cuantas grandes obras literarias han sido fruto del aburrimiento…