Todavía hay mucha gente , y no precisamente inculta, que no pone en duda un diagnóstico médico- aunque cada vez la hay más que sí, por la influencia nefasta de Internet- pero que muestran sus grandes dudas sobre un análisis histórico o sociológico.
Y así, algunos y algunas que no se atreverían a discutir por ejemplo sobre un «lupus eritematoso sistémico» se lanzan a pontificar sobre tal o cual acontecimiento histórico sin tener en cuenta lo concluído por la investigación histórica, tildándola de siempre partidista.
Esta contraposición entre las ciencias-propiamente-dichas ( como la Física, la Química, o la Biología por más abundar) y las otras-ciencias ( como la Antropología, la Historia , la Psicología o la Sociología) ya fue asumida metodológicanente por Max Weber que diseñó una nueva conceptualización para las Ciencias Sociales y Humanas, y a ella se han sumado desde los años veinte del siglo pasado nuevas aportaciones como las de Karl Mannheim, Maurice Halbwachs, Fernand Braudel, Eric Hobsbawn, Agnes Heller, Michel Foucault o Pierre Bourdieu, en una larga lista que sería difícil y hasta aburrido enumerar.
Todas ellas garantizan hoy en día unas investigaciones rigurosas y «libres de valores», aún sabiendo que los seres humanos no son átomos ni estrellas, ni tampoco sólo animales.
Pero, abducida la fe en la verdad religiosa por la fe en la filosofía y esta última por la fe en la ciencias-propiamente-dichas , creen algunos y algunas que las verdades de estas ciencias son inamovibles e indiscutibles, cuando son las menos verdadosas por más cambiantes al albur de la investigación empírica. Y acaso por ello, la secreta inseguridad que les causa esta última condición, toma su catarsis en la máxima condena que se puede hacer a una práctica científica que es el ninguneo.
De tal modo que de la misma manera que más o menos aceptan que no se puede ejercer la Medicina o la Biología sin una preparación profesional, consideran que pueden practicar la Historia o la Sociología «sin más» y «en plan de» ,y por su cara bonita, interviniendo en los debates con argumentos sacados de conversaciones de cafetería, y alterándose lo suyo si alguien osa llevarles la contraria…
Don Vicente, si sólo hablásemos de lo que sabemos habría un silencio sepulcral.
Yo no lo veo así, don Antonio. Es más , considero que si sólo hablásemos de lo que sabemos, nos entenderíamos mucho mejor y más rápidamente. Un cordial saludo.