Las degustaciones de café siempre me han resultado unos lugares singulares. No son verticales y dicharacheras como los bares, ni tampoco horizontales y pausadas como las cafeterías. Además suelen ser muy pequeñas y, por lo general, no tienen mesas, debiendo la clientela tomar de pie su consumición, o , como mucho, abarloarse en un taburete de sky.
En las degustaciones, por otro lado, fundamentalmente, se sirve café, eso sí , en todas sus modalidades: sólo, doble, americano, cortado, con leche, descafeinado de sobre, de cafetera. El rey es pues el café, y quien está detrás de la barra debe aprender a saber muy bien qué modalidad le gusta a cada cliente, porque la clientela es diaria y rotativa hasta lo maníaco.
Y, bueno y por fin, no se puede eludir el hecho de que la clientela es mayormente femenina, pues la degustación ha sido un txoko de género muy característico ( el género, no el txoko) que además parece haber representado muy bien lo que se ha entendido por femenino durante mucho tiempo. Así , la ingesta metódica de un estimulante para un trabajo básico de infraestructura doméstica, tomado entre la compra y la cocina.O la rapidez en la acción socializante- ¡ un café y adelante!- ratificando la supuesta histeria atribuida. O, también, ese mínimo comadreo con las amigas que sólo puede durar lo que se arranca a las labores del hogar , al cuidado de los hijos o a la atención a la pareja.
Aún así, y sabiendo que ahora se puede distinguir entre sexo y género, cada vez hay más varones en las degustaciones, cumpliendo con la normativa que ha informado culturalmente al sexo opuesto, fenómeno analógicamente correspondiente a la presencia de mujeres en otros ámbitos como los bares de copas o los estadios de fútbol.
Y si los varones comienzan a frecuentar estos lugares, digo yo que será no sólo por la excelencia del café , sino también por la de ese ambiente que tan singularmente destilan…