Recuerdo que me leí la Fenomenología del Espíritu de Hegel en uno de mis periodos de single, durante un verano en la playa de Azkorri. Y Ser y Tiempo de Heidegger en las guardias a las que me presentaba voluntario a lo largo de una singladura en velero por el Mar del Norte. Y, en fin, y por confesarlo todo, El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer, costeando la isla de Corfú.
Así que, en su momento, llegué a la conclusión de que el verano, en mi caso, no era para las bicicletas – o viceversa- sino que , en la canícula me salía, una veta homeopática que pretendía , y conseguía, opacar la extremosidad del sol y el mar con una hiperactivación neuronal.
A Michel Foucault , sin embargo, me lo fuí leyendo en fines de semana invernales y todavía lo utilizo en mis clases para explicar el mecanismo del bio-poder, quizá su hallazgo más trascendente, dando cuenta de que la Escuela es uno de los lugares en el que el dispositivo de la disciplina- que vuelve nuestros cuerpos productivos- y el dispositivo de la «sexualidad»- que los vuelve (o no) reproductivos, es más evidente.
Esto, que no acababan nunca de comprender algunos y algunas colegas y que siempre era motivo de disputa por apartar la proa del Macro- poder del Estado, supuso desoír algunas críticas bastante bien fundamentadas como las de Jean Baudrillard ( «Foucault es el espejo de los poderes que describe») o Antonio Negri («Foucault , al cabo, perfecciona el Estado») que disponían de una carta de navegación a mayor escala.
Mario Domínguez, de DADO Ediciones, me acaba de enviar el libro de Arnault Skornicki titulado La gran sed de estado: Michel Foucault y las Ciencias Sociales, en el que se atisba un puesta en paralelo de las doctrinas del filósofo francés con las de Max Weber, Norbert Elias y Pierre Bourdieu. Promete. Y no sé si será lectura homeopática para la canícula que ya se nos viene encima u heteropática para fines de semana invernales en los que no nos sea dado jugar a cartas, ni a nada… On verra!