LOS REGALOS ( y «el Sistema»)

Como diría Quim Monzó, debo de ser un tipo muy raro porque no me gustan los regalos. Será porque el personal no acierta al hacérmelos , o sin más, como dice ahora la juventud a la que me acoplo. Así que en estas fechas sufro lo mío y ya no tanto por recibirlos sino porque el hecho de recibirlos implica regalarlos en distributiva y antropológica justicia.

En cualquier caso, y aún avisados que están todos y todas de mis provincias limítrofes, no ha habido manera de eludirlos y para más inri me ha ocurrido algo particularmente engorroso con uno de ellos ,no habiendo asumido la mano regalante el concordato previo.

Devuelta , pues, la prenda en unos grandes almacenes de anglosajón nombre que, según dicen, han sido los inventores de La Navidad en tierras hispanas como lo fue Coca -Cola allende los mares, he recibido al respecto una satinada tarjeta de abono y como no quería prolongar más esta agonía ,me he dispuesto a comprar lo que fuera por el saldo de la misma.

Pescado al azar un recado de adminículos varios que en un rápido cálculo sumaba por fin el importe de la tarjetilla de marras ,he ido a pagar.Pero para mi sorpresa, una joven dependienta me ha comunicado con tecnocrática voz que «el sistema» había caído y era imposible que yo pudiera pagar con el dinero electrónico en cuestión.

En siguiendo los cauces, como buen post-maoísta, he acudido a una ventanilla intitulada «Atención al cliente», desde la que una reposada mujer , tras varias consultas telefónicas a saber a qué altas esferas me ha conminado amablemente a pagar hoy con una de mis tarjetas de crédito y a volver mañana para recuperarla con la primera tarjeta, eso sí, si el «sistema» ya se hubiera levantado.

Viendo venir la angustia de tener que volver al día siguiente y de que no se hubiera levantado «el sistema» y recordando el «vuelva usted mañana» del romántico- pragmático Mariano José de Larra ,conteniendo una ira breve pero asaz intensa , he solicitado que me pasara, por favor , unas grandes tijeras estratégicamente situadas sobre el mostrador.

Y con toda la pulcritud que he podido he troceado la tarjetilla una y otra vez hasta convertirla prácticamente en polvo dejando los restos a su alcance,y me he despedido con un golpe optimista de sombrero…
Así que por favor…¡No me hagan más regalos!

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