Ha muerto Javier Marías y con él se ha ido uno de los iconos de la narrativa contemporánea española. A partir de ahora, y a su pesar, se hablará y escribirá mucho sobre su obra, hasta que, como también él pronosticó, su figura se irá difuminando poco a poco entre las bambalinas de este siglo XXI.
Voces más autorizadas y otras más oportunas ( ¿oportunistas?) están glosando fundamentalmente sus novelas, en realidad esos ciclos novelísticos tan perfectamente planificados y desarrollados que recuerdan a las sagas anglosajonas en las que todo es y era repetición y diferencia.
Pero yo, que carezco de imaginación pues en el reparto cósmico no se me otorgó ni un ápice, y que me he visto abocado a practicar un a modo de alegre realismo inspirado en Josep Pla o Joan Fuster, he leído siempre con mucho más interés sus columnas periodísticas y sus recopilaciones de artículos.
Y lo he hecho no porque estuviera de acuerdo con el fondo de sus breves ensayos, es más, mayormente me he sentido lejano de sus filias y de sus fobias – por otro lado y en ocasiones de lo más rancias y carpetovetónicas fueran acerca del fútbol o de la política – sino por su estilo desenfadado y directo.
Pues acaso, una vez más , resulta el estilo la esencia de la escritura y en la forma pergeñada manifiesta toda su potencia quien escribe, a fuer de sus previos ideológicos o de sus pretensiones trascendentales.
En fin, si yo tuviera que quedarme con alguna obra de Javier Marías, sería Vidas escritas (Siruela, 1992), una divertidísima recopilación de retratos de sus escritores favoritos, como William Faulkner, Joseph Conrad, Arthur Conan Doyle, Vladimir Nabokov, Henry James o Laurence Sterne- de quien, por cierto, trasladó al castellano magníficamente su célebre Tristram Shandy.
Y , any way, y como soberano del Reino de Redonda, no queda ya sino vocear enérgicamente aquello de God save the King!…God save un tal Marías !
(c) by Vicente Huici Urmeneta