Al parecer, la pandemia del COVID-19 ha tenido, está teniendo, como otra de sus consecuencias, un notable incremento de las meditaciones guiadas a través de diversas plataformas digitales
Así, aplicaciones como Calm o Headspace suman en conjunto más de 160 millones de descargas, pero se calcula que en las redes sociales hay aproximadamente unas 5.000 ofertas similares que pueden costar a cada participante unos 50 euros al año.
Este fenómeno no es de extrañar, pues durante el régimen de restricciones ocasionado por la pandemia, se multiplicaron las razones para experimentar más ansiedad que la habitual y, por otro lado, hubieron de suspenderse las terapias presenciales que quizás ahora vayan recuperándose.
Pero, como otros tantos fenómenos que han aparecido para quedarse – como el tele-trabajo o la tele-educación- estas prácticas meditativas que se acogen al término de «McMindfulness»- comida rápida espiritual – popularizado por Ronald Purser, están comenzado a ser enjuiciadas por profesionales de la psicología , la sociología, así como de la filosofía.
Psicólogos como el catedrático Miguel Farias – autor de The Buddha Pill– reconocen la posible complementariedad de estas terapias por vía digital, pero se muestran claramente partidarios de la presencialidad, pues ven un tono excesivamente comercial y en muchas ocasiones poco efectivo terapéuticamente.
Desde la sociología, se contemplan estas prácticas como unas formas de supuesta espiritualidad ajustadas al captalismo neoliberal, y yendo aún más lejos, como una herramienta de control de la población y de pacificación social.
A todo lo cual se suma una radical crítica filosófica, pues estas y otras formas de retraimiento social, de paréntesis psicológico, se contemplan como el abandono de la condición de «zoon politikón», de aquel animal cívico que proclamó Aristóteles en su famosa Política, pues abstraído el vínculo social , ya no quedaría sino el endiosamiento o la condición animal, en palabras de Homero: » Sin familia, sin leyes, sin hogar…»
Pero en fin , también es posible que, en palabras de una practicante digital , «a nadie le puede venir mal pasar cinco minutos al día consigo mismo…»