Óscar Alzaga (Madrid, 1942), uno de los políticos demócrata-cristianos más destacados del tardofranquismo y miembro de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados por UCD, ha sorprendido a tirios y troyanos con la publicación de La conquista de la transición (1960-1978) Memorias documentadas.
En una reciente entrevista , Alzaga señalaba ,como un dato relevante , que en 1977, bajo la batuta del ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa y con la conformidad del presidente Suárez, los expedientes de las actuaciones de la Brigada Social y otras fuerzas policiales durante los largos años del franquismo,con información de las actividades de los opositores al régimen, fueron llevados en camiones a la sede central de la Guardia Civil, donde había instalada una gran caldera para su quema. Y añadía: «Somos el único país de Europa donde se ha cometido tal barbaridad. Los informes de la policía política de la Alemania Nacional Socialista, de la Italia fascista, del Portugal salazarista o de la Grecia bajo la dictadura militar se han conservado. Nosotros constituimos la triste excepción, explicable porque muchos franquistas quisieron seguir en política durante la nueva democracia y ello solo les pareció factible si se destruían todas las pruebas de cómo habían contribuido a la represión».
Y aunque ya es necesario admitir que tanto la memoria individual ( Henri Bergson) como la memoria colectiva ( Maurice Halbwachs ) son interesadas – simple y llanamente porque defienden intereses legítimos en función del presente – en nuestra cultura ha quedado siempre la posibilidad de historiar, es decir de investigar (ἱστορεῖν ) y de conformar un relato verosímil atendiendo tan solo a la documentación y a los testimonios, como defendía Paul Veyne.
Pero difícilmente se puede llegar a hacer algún tipo de historia si ,como en el caso del franquismo, no solo las premisas ideológicas han pergeñado analógicamente una historia ad demostrandum, sino que la voluntad expresamente documenticida ha impedido en muchos casos toda constatación y todo contraste.
Y cuando la oportunidad o la labor pertinaz ha logrado al fin sacar a la luz una nueva reconsideración histórica bien documentada, los descendientes de los documenticidas ( por decir algo) han negado la mayor , como ha ocurrido recientemente con la publicación de La [des]memoria de los vencedores (Pamiela, 2019) de Fernando Mikelarena.
( Escribo lo anterior siendo muy consciente de que mis apellidos circularon tanto entre los fascistas como entre republicanos y nacionalistas vascos. Algunos y algunas, muchos creo yo, somos hijos de las dos partes que en su momento helaron los corazones.Pero, en fin… ¡ Hubo tantas décadas de silencio!… ¡Ah las memorias y las desmemorias…!)
Oscar Alzaga, el hombre de los ojos birikis. Mal asunto ese de destruir papeles, como el de quemar librerías como pasó con Lagun en Donosti.
Quemar, destruir…Siempre malos augurios…Gracias por el comentario.
Egunon/buenos días.
Recordemos que quien no pensaba como ellos era terrorista… y contra el terrorismo todo valía.
-«el mejor terrorista el terrorista muerto» decía «D. Manuel»
-«hay cosas que no se deben hacer. Si se hacen, no se deben decir. Si se dicen, hay que negarlas» General Sáenz de Santa María, y si queremos negar algo, es mejor que no aparezcan papeles comprometedores.
Sólo así, quemando a los herejes de papel, se aseguraban algunos la imposibilidad de demostrar que el traje que llevaban de «demócratas de toda la vida» no era de toda la vida, sino comprado en un mercadillo el día anterior.
¿Dónde y cómo estaría hoy Martin Villa (y otros) si hubieran existido esos papeles?
Un saludo
Una buena pregunta final que algún día habrá de responderse…Gracias por el comentario.