El juez no levantó la cabeza y dijo : » Las mujeres libertad, los hombres cárcel».Nos despedimos de nuestras camaradas– habíamos ido pasando de dos en dos-y un par de grises nos metieron en un furgón policial y nos llevaron hasta la cantada Cárcel de Pamplona.
Lo cierto es que, a pesar de lo que pudiera parecer, ingresar en el maco fue un alivio. Los funcionarios vestidos de verde fueron bastante correctos e incluso uno de ellos, cuando le pregunté si me podía dejar papel y un boli para escribir, me indicó que me los daría el jueves – estábamos a lunes y así fue. Comencé la cuarentena con un plato de patatas a la riojana muy caliente y un par de mantas, y como el toque de silencio era a las diez pude dormir hasta la diana de un tirón.
Y no era para menos porque desde la detención a punta de nueve largo,- » !Ni te muevas!»- habíamos pasado tres días en los oscuros calabozos del Gobierno Civil, saliendo por turnos al baño y a echar un pitillo, comiendo de vez en cuando un bocadillo de chorizo , en un duermevela permanente, sobresaltados por los chasquidos de las cerraduras de las celdas, oyendo gritos e insultos lejanos , y haciendo sitio para que pudieran tumbarse sobre el banco de hormigón los compañeros que, tras el interrogatorio, llegaban a rastras amoratados y en muchos casos inconscientes.
Pasada la cuarentena , me colocaron con un colega que años después acabó siendo uno de los jefes policiales (muncipales) más temibles y odiados. Salimos al cabo de unos días, poco antes de los sanfermines de 1977 , multados y a la espera de juicio, pero la amnistía de octubre me evitó futuras complicaciones…