Lo que se suele denominar «acontecimientos» nos llega en formulaciones mayormente verbales, más o menos inconscientemente codificadas por una disciplina en otros tiempos de obligado estudio y hoy en día siempre eludida bajo la añagaza de su impostura: la Retórica.
El rechazo a la Retórica y a lo retórico como algo suplementario ha gozado en nuestros lares de un apoyo expl´ícito desde el realismo casi naturalista de un Pío Baroja y sus seguidores ( y seguidoras, of course) , hasta el «alegre realismo» del que se jactaba el siempre magnífico Josep Pla, si bien en este último caso una obra como Josep Pla: Ficció autobiogr`afica i veritat litèraria, de Xavier Pla, ha puesto al descubierto los habilísimos trucos retóricos del escritor catalán.
Trucos todavía invisibles para quienes creen – creen, sí- que el lenguaje no es sino una emanación directa de la realidad en el que esta se refleja como en un espejo, en la vieja convicción de Stendhal, que, por otro lado, en cualquier caso necesitaría de un a modo de guardaespaldas metafísico – un dios- para garantizar la coherencia entre ambos.
Pero acaso en estos tiempos tensos y tensionados, ante la abundancia de informaciones y contrainformaciones, desplegadas en vertical desde los medios tradicionales y en horizontal desde las redes sociales, puede ser que sea de mucho interés, cuando no de perentoria necesidad ,retormar el filtro de los principios retóricos para aquilatar la «sensibilidad formal» ante lo que se va recibiendo, como en su momento defendió Paul Valery, y poder comprender qué es lo que se está diciendo más allá de lo que se dice.
Qué se está diciendo cuando se dice, por ejemplo, que «hay que aumentar las restricciones al mínimo», que «la COVID-19 durará más de lo necesario» o que «el Parlamento no fue capaz de…», recogidas entre otras de un simple telediario autóctono, y que , aun no sabiendo si son el fruto de la incultura léxica, sintáctica o semántica o de una deliberada y oculta habilidad retórica, resultan en extremo expresivas y …¿efectivas?…