La alternativa de formación reglada en tres años que la Iglesia Católica ha propuesto para las parejas ( heterosexuales, of course) que deseen matrimoniarse bajo su bendición me ha recordado , no sé porqué, un libro que en su momento se convirtió en un bestseller mundial: Elogio de la lentitud, de Carl Honoré.
En sus páginas se afirmaba – y se afirma, prodigios de la escritura- que , dentro del movimiento general contra la aceleración de la vida cotidiana, sobresalía la alternativa del “slow sex» o sexo lento, análogo al slow food, la slow city o el slow work, expresiones que no es necesario traducir.
Esta alternativa pretendía, en el conjunto de una gran propuesta de desaceleración, volver a hacer del sexo un placer y no una obligación – aquello del “débito matrimonial” hoy disfrazado de fundamento psicológico de la pareja- o una compulsión que desubime la tensión generada en otros ámbitos de la vida – también aquí “el reposo del guerrero (o de la guerrera)” en versión pornográfica postmoderna.
Para ello, el slow sex proponía abandonar los treinta minutos semanales de media mundial “civilizada” que solían emplear las parejas para hacer el amor y, fundamentalmente, esos siete minutos en los que los varones suele cumplir con su protocolo exasperante de erección y eyaculación para dar paso a la ducha o, en el mejor de los casos, a un leve sueño («triste post coitum»).
Consecuentemente, y sin necesidad de acudir a proezas tántricas, de la cuales también se nutría, lejanamente por cierto, el slow sex, se abogaba en general por hacer un mayor y mejor lugar al sexo, a fin de convertirlo en amor, tomándoselo con más tranquilidad y ,sobre todo, como se puede suponer, con mucha mayor lentitud. Y visto que en los preliminares residía la posibilidad de que las mujeres pudieran luego quedarse satisfechas, se sugiería una buena sesión de masaje desacelerador antes de iniciar los contactos ( ¿ estrictamente?) sexuales- se hablaba siempre en clave heterosexual.
Por supuesto el slow sex no renunciaba a la aventura del pajar o a la del probador de unos grandes almacenes, pero llamaba la atención acerca de que, en cada caso, la práctica del sexo lo fuera en el “tempo giusto” – o en el “eigenzeit” si se prefiere- , es decir, adecuado a cada ocasión, dejándose llevar por lo que los antiguos griegos denominaron el “ kairós” o sentido de la oportunidad.
Ni qué decir tiene que, para los partidarios del slow sex, esta desaceleración sexual debía ser paralela a otras desaceleraciones como las ya citadas más arriba y a las que se podría sumar algo así como una desaceleración política generalizada que calmara los ánimos y las voces, ahora, por cierto, tan agitados/as. Algo así como un retorno del viejo lema de los años sesenta que decía «Make sex, not war!»…
Y, de pronto, me he dado cuenta de la conexión entre las teorías de Honoré y las de la Conferencia Episcopal Española: radícase esta en la apología de la lentitud, si bien en un caso es previa y en el otro póstuma, pero siempre sexual.
Así que, slow sex, very slow, en ambos casos…