Eran las cinco de la tarde de un verano tórrido. Estábamos sentados en la cama con las persianas bajadas y El Oso, casi entre sombras, puso un disco que acababa de traer de Irlanda donde había estado pasando el último mes. Una voz grave ocupó por completo el dormitorio y algo muy profundo se despertó dentro de mí. Me levanté y me hice con la funda del LP. Era «Songs of Leonard Cohen» . A este disco siguieron otros como «Songs From a Room» o «Songs of Love and Hate» que fuimos escuchando hasta casi aprendernos las letras de las canciones de memoria ,en un acto íntimo de resistencia ante el sórdido ambiente de la negra provincia que tan magníficamente ha descrito Miguel Sánchez-Ostiz.
Luego, durante la Transición, algunas de estas canciones, tarareadas por lo bajo, me sirvieron para conectar con algunos camaradas que compartían celdas próximas en la comisaría de Pamplona. Después no acompañaron en las primeras cassettes, durante los viajes clandestinos que hacíamos a Madrid, donde , por cierto, El Oso había ido a estudiar.
En los ochenta descubrí que además era un original novelista y leí con fruición Los hermosos vencidos de la por entonces famosa Editorial Fundamentos. Y también poeta (La energía de los esclavos), aunque esto ya nos lo habíamos imaginado, con sólo leer las letras de sus canciones.
El Oso murió en los noventa sin llegar a ver del todo en lo que se iba a convertir aquella Democracia por la que , se suponía, habíamos echado unas paladas. Hoy se ha muerto Cohen y no he podido evitar volver a oír aquella canción que nos libró de tantas cosas y que nos dió fuerzas para otras tantas:
You can hear the boats go by, you can spend the night forever
And you know that she’s half-crazy but that’s why you want to be there...»