A partir de las doce del mediodía y de las siete de la tarde, según el horario pan-europeo, las terrazas están ya enmanteladas y provistas de cubiertos a la espera del guiri hambriento.
Muéstrase así la imposibilidad física de tomarse sentado ( y/o sentada, of course) un vermú con unas rabas o una caña con unas aceitunas. Y añádesele todo un argumentario empírico-social con pretensiones metafísicas, sobresaliendo dos juicios: que los bareros y cafeteros tienen que aprovechar cualquier oportunidad de acumulación dineraria; y que se trata de ofrecer un mejor servicio al visitante adecuando a su ritmo vital nuestros horarios.
Contextualiza este fenómeno, ad extra la propulsión mediática de la ciudad como ciudad-para-todo y aún poli-festivalera ( un poco como aquella famosa » ciudad de vacaciones») ;y ad intra teorizaciones varias e hiperbólicas sobre la cocina vernácula ( de la mano de nombres tan abstrusos y malsonantes como «culinary center») ,que han conseguido que la gilda ya no tenga la menor pegada y que el «pintxo» – cuando no la ajena «tapa «- sea considerado como una unidad de destino en lo universal.
Así que ,tal y como van las cosas, quedarán las terrazas convertidas en terrarios en los que simios ( y simias, of course) superiores de diferentes colores y tamaños se nos ofrecerán como espectáculo callejero, mientras nos tomamos un vino, y, por supuesto, de pie…Eso sí , sin pagar entrada…por lo menos por ahora…
Don Vicente, ayer se nos ocurrió -después de algunas compras- ir a picotear algo para cenar por la zona de Estafeta de su querida Pamplona. Ni terrazas, ni taburetes, ni barras de bar, ni na de na. Aquello parecía San Fermín; incautos de nosotros no nos percatamos de que allí se celebra algo llamado los «juevinchos». Aquello si que era un espectáculo callejero. creo que la juventud de media Pamplona y alrededores estaba allí.