
La ciudad parece una cota tomada y hasta la Gran Vía que en un agosto prepandémico solo era ocupación de quienes no habían aprobado ni el recreo, hogaño es una populosa cañada multilingüe que se abre al prado de un Casco Viejo en el que se puede comer la neo-tradicional bandeja de pinchos («tapas» dicunt) de catering programado.
Las fiestas locales y la Vuelta a España, con el atractivo irredento del Guggenheim – que ahora presenta una muestra de cochazos impresionantes- están ocasionando un orgasmo sostenido entre la hotelería , mayormente multinacional, y entre la hostelería resiliente que, para aprovechar este kairós como siempre inesperado, ha optado – dicunt- por triplicar los precios.
A todo lo anterior se suma el indiscreto encanto de quienes tienen el mando en plaza, extasiados ante el impacto económico de la coyuntura que, en viendo que no llegan suficientes y gigantescos cruisers, tienen la intención de incrustar en la ría de Gernika un Guggenheim 2.0 para que opere como gran aspirador turístico ( se calculan unos 300.000 visitantes/año, O, my God!).
Pero en mi barrio , la mayoría de los bares de parroquianos han decidido cerrar mientras proliferan los hostels y los pisos turísticos ocupados – dicunt- por gentes que no saben si están en Sitges o en San Antonio de Ibiza.
Pero nadie está ni se le espera para reflexionar sobre este fenómeno del turismo global que aboga por modelos periclitados, cual es el caso de una Barcelona destrozada por la gentrificacion y de una Venecia ya en plena reconversión…¿Tendrá que ocurrir algo más para que se llegue drásticamente al fondo de la cuestión?