UN ABUELO DE LOS DE ANTES

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Sanfermines de 1934

Como lo mencionaba ayer en la crónica, una lectora me ha preguntado por mi abuelo paterno. Pues bien, mi abuelo Vicente era un hombre grande y de costumbres fijas.  Se levantaba siempre con el sol , se estiraba y hacía un poco de una particular gimnasia sueca . Desayunaba una sopa de ajo y algo de chorizo o de jamón  y bajaba a la huerta.

En la huerta el abuelo escardaba, removía la tierra aquí y allá, y lo que  para mi era más fascinante, conducía el agua que sacaba  del río Arga  con un motor rudimentario por canales y canalillos a golpes de azada. Luego, a media mañana volvía a  la casa y no perdonaba su hamaiketako de huevos con txistorra o birika y, entonces sí, un gran café con leche. Después volvía a la huerta hasta la hora de comer.

Comía frugalmente y solo – la abuela había fallecido años atrás bastante joven-  y a continuación se  retiraba a la sala, un espacio grande y algo oscuro con ventanales  hacia la terraza. Allí, sentando en un  gran butacón en la penumbra, junto a una mesa camilla, se dejaba llevar por una siesta que nunca llegaba a la media hora y que era compartida, en butacas y un pequeño sofá por Puente y Manuela, dos empleados de la casa.

A eso de las tres o tres y cuarto se despertaba y, al calor de un café fuerte y una copita de pacharán, echaba una partida de chinchón o de brisca con Puente a la que yo me sumaba siempre que podía. A las cuatro terminaba el receso y  bajaba de nuevo a la huerta o bien iba de visita hasta los almacenes de Semillas Huici que se levantaban  cerca de los Corralillos del Gas. Después, pasaba por la oficina del negocio familiar y se entretenía haciendo cuentas , corrigiendo facturas y firmando letras.

A las ocho y media  subía de nuevo a la casa y picaba algo antes de cenar, lo que no hacía más tarde de las nueve. Luego veía un poco la tele y cuando  notaba que se estaba quedando dormido, se dejaba caer sobre la cama.

Esta rutina sólo la rompía los domingos por la misa y alguna comida familiar y, por supuesto, en sanfermines. La leyenda familiar cuenta de él que el día  seis de julio solía decirle a mi abuela cuando todavía vivía: «Agapita, hasta el catorce».Nadie sabía qué hacía, dónde comía , dónde dormía aquellos ocho días de fiesta, pero el catorce de julio se presentaba lúcido y repeinado y no volvía a salir hasta los sanfermines siguientes…

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