Mientras camino lentamente junto a la ría, sin espíritu deportivo alguno, me doy cuenta de que desde mi interior surge un incontrolable deseo de callar para siempre. De callar en la familia, el municipio y el sindicato.
En la familia porque el buenismo acrítico y post-moderno se va confundiendo con el amor que parecería ser más bien entrega y aceptación, y porque el hermanismo pro-activo de manual de auto-ayuda, va siendo un cajón de sastre de culpas demasiado antiguas.
En el municipio, por la incapacidad ya demostrada de dar cuenta de tanto delirio corporativista que reclama una y otra vez el reconocimiento internacional para una identidad irredenta desde un neopaganismo forzado y en ocasiones muy palurdo.
En el sindicato, y en sentido siempre vertical, porque en cualquiera de sus versiones sólo se representa a sí mismo y a su propio mantenimiento en el concierto de las fuerzas sociales abducidas en plusvalías del poder político…
Sí, un deseo de callar para siempre y dejar que las palabras , ya tan manoseadas, sobrevuelen los montes cercanos y se confundan con el viento sur hasta que caigan desde los alcantilados y se precipiten en la mar…
Y , aún sabiendo que no vale para nada, miro hacia el horizonte y para consolarme escribo:
Cielo de mayo,
se pierden las gaviotas
entre la bruma…
Todo has sido en exceso manoseado, o sobado diría yo, las palabras, el amor, la maternidad, la lucha, la libertad, la clase obrera…
Si callas otorgas, pero habría que decir que hoy en día otorga más el que habla.
Familia, municipio y sindicato ¡Hay esas reminiscencias de la edad!
Como se podrá imaginar, don Antonio, era una broma oculta…