Un recuerdo lejano de Koldo Mitxelena

 

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Koldo Mitxelena me esperaba en su despacho. Llamé a la puerta. «Aurrera». Entré. Mitxelena estaba sentado mirando al techo ensimismado y apurando lo que parecía ser una boquilla de mentol. Frente a él tan sólo tenía una mesa vacía, en una habitación vacía. Me senté en la única otra silla que había y le dije que venía de parte de Goyo Monreal porque quería hacer una Memoria de Licenciatura sobre Arturo Campión.

Me miró fijamente a los ojos sin dejar de apurar su boquilla y me preguntó por mi familia, apellido por apellido: le sonaba mi abuelo Ataúlfo. Luego, sin mediar palabra, sacó de un cajón de la mesa un folio con el membrete de la Facultad y escribió algo con un bolígrafo bic. Me pasó el folio. Decía: «No tengo ningún incoveniente sino todo lo contrario en dirigir la tesina de Vicente Huici Urmeneta sobre Arturo Campión…».

«Ondo?Es la primera que se va a leer aquí, pero ya nos arreglaremos. Y ahora, hala, vámonos al bar».Acompañé a Mitxelena hasta la planta  de abajo. Yo pedí un cortado y a él , sin más, le sacaron un combinado que luego me comentaron que era una destornillador. Nos sentamos.

«Sabe usted, Huici, Campión, a pesar de su  aparente severidad, era un poco suelto: tenía una amante con piso puesto, y además escribió  una novela pornográfica, La monja, creo que se titulaba…». Sonreí. Después fueron pasando a saludar varios profesores: Emiliano Fernández de Pinedo y , con muy buen humor, Julio Aróstegui- que luego formaron parte del Tribunal; y también , si no recuerdo mal, Jon Juaristi y Joseba Lakarra.

Antes de despedirnos, Mitxelena me recomendó estar con Estanis Aranzádi , con Baldomero Barón, y  con el Director del Archivo General de Navarra- Florencio Idoate-  pues le constaba que en sus sótanos había ediciones completas de las obras de Campión que habían sido compradas por la Diputación para evitar que fueran accesibles al público- como efectivamente pude luego comprobar.

Por supuesto, más adelante estuve con Mitxelena en muchas otras ocasiones, pero todavía  recuerdo aquel su subir cansino por las anchas y frías escaleras del Seminario, dirigiéndose hacia el despacho vacío…

 

 

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