Como el debate continúa y no quiero meterme en camisa de once varas ni, por supuesto, desencadenar una guerra de religión de esas tan sangrientas como las que se vivió en la Baja Navarra en el siglo XVI, he decidido reproducir algunos párrafos del ilustrado lector que me sigue y me contesta en el sentido más tomista de la palabra:
» Querido profesor Huici: No sé si se da cuenta de a quien favorece lo que usted escribe y publica, pero , desde luego, no es a nuestro pueblo. Un pueblo, como el catalán, que ha sufrido la opresión de todos los imperios europeos y particularmente del español. Un pueblo que ha sabido salvaguardar a pesar de todo, sus costumbres y, sobre todo, su lengua. Mire, en esto no se puede ser neutral: o está usted a favor o está en contra. Las medias tintas sólo sirven para hacerle la cama al enemigo. Y si no lo ve claro, lo mejor es que se calle.»
Bien. Podría, es cierto, discutir algunos términos y algunos argumentos, en el tenor de anteriores columnas, pero comprendo el mensaje de fondo , que es lo que más me interesa Y me interesa – y me me sorprende- porque es un mensaje que se reclama del pasado ( no entro ahora si verosímil o no ) y no del futuro. Pues mi pregunta es, siguiendo la argumentación expuesta : ¿acaso los pueblos que no tienen pasado -supongo que historiográfico- no tienen derechos? ¿No basta con la voluntad? ¿ Con el deseo colectivo de reorganizarse?
Y he recordado lo que una amigo gallego me dijo una noche de copas hace ya algún tiempo: «Mira , Peli, yo quiero una nación sin estado, algo así como una nación como estructura ausente…» Eran los años ochenta y estaba muy de moda Umberto Eco.
Así es. Si la Constitución, en vez de salvaguardar «los derechos históricos que le asisten al Pueblo Vasco», hubiera reconocido «los derechos que como pueblo soberano le asisten actualmente al Pueblo Vasco» a lo mejor me hubiera pensado votar Si en vez de abstenerme de ir a votar como hice en el 78. Pero sería otra constitución, dentro de otra transición, en otra nación.