
No acabo de comprender a quienes para tener emociones de las llamadas fuertes antes se tiraban de un puente altísimo o hacían ala-delta sobre un volcán en erupción y ahora se aprestan a circular alegres y combativos por el universo del Metaverso, cuando para sentirse vivo y coleando basta con perder el equipaje tras un breve vuelo doméstico.
Pues nada hay como llegar al destino con una mano delante y otra detrás y enfrentarse sin mediaciones al sol canicular o al hormigón armado.
Y nada tampoco como consumir frenéticamente la batería del móvil – ¡ O my God sin cargador ! – intentando encontrar una voz humana que dé noticia de tus calzoncillos y de tus artes de barbear, tras teclear 1, 2, 6, o repetir SÍ o NO a una máquina boba que además se abduce por sí misma cuando se satura, reiniciando una y otra vez la llamada.
Y, nada comparable, por fin, previo PIR correspondiente y correspondido, a saber que tu maletita ha ido a parar a Singapur y que ni estará ni se le espera ni para cuando estés de vuelta.
No, no hace falta suscribirse a grandes aventuras, cuando AENA te puede proporcionar varias raciones extras de endorfinas sin sobreprecio y además ¡ por sorpresa!
Ya lo decía la Orquesta Mondragón: » ¡ Viaje con nosotros, si quiere gozar…!»