He vuelto a ver Caro diario, probablemente el film más conocido del director italiano Nanni Moretti, rodado en 1993 y premiado en el Festival de Cannes del año siguiente.
Representante de un modo de hacer cine que me gusta particularmente en su combinación de cierto documentalismo sardónico con un toque de nostalgia mediterránea, la película resulta una sucesión de tres pequeñas historias protagonizadas por el mismo Moretti y varios de sus amigos y amigas.
Una de esas historias transcurre en Strómboli, y en ella se puede ver a un síndico entusiasmado con las perspectivas turísticas que ofrece la isla, en cuya promoción a más de todo tipo de ofertas, descuentos, «dos por uno» y «todo incluido», no duda en proponer una banda sonora, escrita por Ennio Morricone, para que se escuche en todos los rincones a modo de hilo musical permanente.
Este episodio y sobre todo su curiosa propuesta final de crear un «espacio sonoro» omnipresente en un desbordado deseo de saturar el sentido del oído – que hubiera servido de ejemplo a las godas reflexiones de Otto Friedrich Bollnow en su ya clásico y tópico Hombre y espacio – me ha parecido la culminación metafórica de ese otro deseo de cegar el sentido de la vista, convirtiendo la ciudad en una sucesión de paredes levantadas a golpe de especulación inmobiliaria con la complicidad de algunos síndicos que haciendo de su capa un sayo, venden la postmodernidad sin haber pasado por la modernidad.
Y he concluido, provisionalmente, que tan solo es de esperar que los citados síndicos, si han de dar la puntilla en su faena hormigonera, nos enchufen a una banda sonora de Ennio Morricone para que al menos podamos cerrar los ojos.
Como se puede ver, en este caso el cine-club ha cumplido aquella función disparadora de la reflexión y el debate que tenía en sus orígenes…