LA PANDEMIA ( …y el Etna)

El Etna, ese gigante aparentemente siempre dormido, ha comenzado a bostezar soltando brazos de lava roja y estertores de grandes columnas de humo.

Las calles de Catania, la bella ciudad en la que los árabes inventaron el helado de limón, lucen cubiertas de ceniza muy negra y toda la isla está pendiente de escuchar algún rugido profundo que delate la inminencia de un terremoto.

Pues nada es Sicilia sin su volcán ni sin las cicatrices de sus heridas sísmicas: imposible comprender el magnífico esplendor de los palacios, los conventos y las plazas barrocas obviando el decidido empeño de reconstrucción tras el gran terremoto de 1693.

Quizá la gran atención suscitada por la nueva erupción del más viejo volcán activo de Europa puede habernos recordado la finitud torpe de nuestro tiempo de vida frente a la suya, para nosotros casi infinita (
Stephen Jay Gould :La flecha del tiempo)

Y es que ocurre que sabemos que esta pandemia del COVID- 19 pasará antes o después pero que el gigante seguirá ahí a no ser que para entonces ya haya reventado toda la isla . Y también que la mortalidad de este coronavirus ,aun siendo alta, puede acabar resultando notablemente inferior a la ocasionada por otras epidemias o catastrofes terráqueas , de las que esta no será sino una más en los anales de la Historia.

Pero aun así es posible que de nada nos vaya a valer esta humillacion en pleno Antropoceno y que a pesar de reconocernos como «seres de un día», como nos llamaron los filósofos griegos, nos resulte insoportable o, incluso, incomprensible, tanta fuerza telúrica desatada e incontrolable…

«Cuidar la Tierra, mirar al Cielo, escuchar a los Divinos, acompañar a los Mortales» era el resumen de la Cuaternidad que proponía el Martin Heidegger de la posguerra para la vida plena de aquel ser-ahí, yecto, echado al mundo que había sido para él el ser humano. ¿Habrá que comenzar por el principio…?

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